Para quien quiera profundizar un poco más en la teoría de las ideas, os voy a dejar hoy un par de textos.
El primero aborda el sentido mismo de la teoría de las ideas, es decir, el por qué Platón, como filósofo griego, pudo plantear eso que después se conocería como la teoría de las ideas. Ahí va:
1.
Tratemos de hacer algo más razonable e inteligible eso que la tradición nos ha transmitido como la “teoría de las ideas de Platón”:
Platón concibió el ser con el concepto de eidos, del cual provendrá el término idea. ¿Y qué significa eidos? Eidos quiere decir “aspecto” y tiene la raíz de un verbo que significa “ver”. Pero ese “aspecto” o “figura” como el que algo se me muestra debe pensarse aquí como el conjunto de notas características constitutivo de algo, propio de algo, y equivalente a su esencia o “qué es”.
El eidos es, por tanto, lo que da respuesta a la pregunta por el “qué es” de algo, por aquello en lo que consiste esencialmente algo. Cuando me topo con algo puedo decir diversas cosas para determinarlo: es rubio, es marrón, está sentado, huele bien..., pero hasta que no he dicho “qué es” ese algo, es decir, cuál es su esencia o eidos, todavía no sé qué es aquello que tengo delante. Pues bien, lo que responde a la pregunta por el “qué es” y constituye, en consecuencia, el eidos de algo, son determinaciones del tipo: “esto es un caballo”, “esto es un hombre”, “esto es un semáforo”. Caballo, hombre y semáforo son eide (plural de eidos), que determinan, respectivamente, el ser de aquello que al presentárseme identifico como caballo, hombre y semáforo.
El eidos hombre estaría, por ejemplo, compuesto por las siguientes notas: “animal racional mortal”. Tales notas son las características que aquello que está frente a mí debe necesariamente cumplir para que yo pueda decir que es tal o tal cosa, en este caso, un hombre; dicho de otra manera: las condiciones que necesariamente tiene que satisfacer para poder atribuirle un ser determinado, en este caso, el “ser hombre”.
Supongamos ahora que nos tropezamos con un caballo y decimos “Esto es un caballo”. Ahora bien, ante esto con lo que nos hemos tropezado podemos preguntarnos: ¿le pertenece verdaderamente el eidos caballo, el “ser caballo”? Si le perteneciese propiamente el “ser caballo”, entonces, el tal “esto” no podría dejar algún día de ser caballo, y sabemos que esto no es así. También sabemos que hubo un tiempo en que todavía no era caballo. Puesto que el caballo con el que me he tropezado ni ha sido siempre caballo ni lo será eternamente, es como si el “esto” al que llamamos caballo sólo tuviera el eidos “caballo”, el “ser caballo”, de prestado, por algún tiempo, pero no para siempre.
Pero si ser algo significa tener un eidos determinado (recordemos que ser equivale a eidos) y el caballo que tengo frente a mí sólo de prestado tiene el eidos que le corresponde, entonces, esto que tengo frente a mí no “es” propiamente; ni tampoco ninguna de las cosas que nacen y mueren, porque a ninguna de ellas les pertenece para siempre, eternamente, aquello que las hace ser, que es el eidos.
Si de nada de lo que nace y muere podemos decir propiamente que “sea”, ¿de qué podemos decir propiamente que es? Solamente del eidos mismo, que sigue teniendo validez, sigue “siendo” aunque este caballo o aquel o el de más allá desaparezcan.
Vemos que ha ocurrido aquí una transformación: lo que decíamos que era el ser de algo, por ejemplo, el ser de la cosa que tengo aquí delante, que era su “ser caballo”, se ha convertido él mismo en una cosa que es, y es más, en la cosa que verdaderamente “es” porque ni nace ni perece. Pues bien, el eidos así pensado, ya no como el ser de una cosa, sino como aquello que verdaderamente es, como “la cosa” o el “ente” que verdaderamente es, a esto es a lo que usualmente se le llama la idea.
De esta manera, podemos decir que la cosa que vemos y tocamos, el caballo que tengo delante, o el hombre que tengo delante, solamente es en la medida en que posee, temporalmente, la idea de caballo, o como dice Platón, en la medida en que participa, imita o copia la idea de caballo, que es la que verdaderamente es. Por otra parte, frente al individuo caballo, la idea caballo presenta la superioridad de valer para todo caballo posible, pasado y futuro, y por tanto, la de ser universal.
¿Se puede decir de las ideas que existen? No, en el sentido de que no están en ninguna parte, y si estuvieran en alguna parte, entonces ya no serían ideas sino cosas con una realidad sensible (que podríamos situar en el espacio y el tiempo, ver tocar...). Y las ideas tampoco están en la mente. Para comprobarlo hacemos el siguiente experimento: tratamos de imaginar la idea de caballo. Sin embargo, invariablemente, lo que imagino es siempre un individuo concreto, con unas características peculiares que no pertenecen a la idea misma de caballo y no la idea de caballo; ésta es inimaginable en tanto tiene que estar desprovista de tales caracteres singulares correspondientes a los individuos concretos. Además, sólo porque no existen tienen validez absoluta, es decir, independiente de todo hecho.
¿Qué es entonces lo que Platón llamó ideas y más tarde se denominarían “determinaciones universales”? Pues lo que nosotros llamaríamos conceptos, como el concepto de mesa, de silla, de hombre o de caballo. Tales conceptos o ideas platónicas no son sensibles porque no se perciben, no se alcanzan con los sentidos: no se pueden ver, tocar, oler, ni tampoco imaginar o dibujar. El reconocimiento de que tales conceptos o ideas tienen una naturaleza diferente a la de las cosas que percibimos con los sentidos o cosas del mundo sensible es lo que habría llevado a Platón a postular un “mundo de las ideas”.
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El segundo texto es de Emilio Lledó, gran estudioso de la filosofía de Platón. Es un poco más difícil que el primero, pero creo que con un pequeño esfuerzo lograréis entenderlo y además está excelentemente escrito. Y bueno, Emilio Lledó es un verdadero maestro y me parece interesante que conozcáis de primera mano el modo en que expone él a Platón. Aquí tenéis su texto:
2.
La teoría platónica de las ideas
1. Las ideas
Como hemos visto, esta famosa teoría, que se considera un típico descubrimiento platónico, encontró un adecuado escenario en el mito de la caverna. Sin embargo, en nuestras reflexiones sobre la historia de la filosofía, es importante preguntarnos, socráticamente, ¿por qué así?, ¿qué quiere decir esta teoría? Es muy posible que las respuestas nos lleguen desde la misma cultura griega.
Una de las grandes aportaciones de esta cultura fue su esplendor artístico. Muchas veces hemos admirado, en los museos, esas esculturas perfectas producidas por los griegos que parecen perseguir una forma suprema donde se exprese lo mejor, lo más acabado y completo de un ideal del que las formas humanas son imitación y reflejo.
Una tensión hacía la armonía parece fluir por esos maravillosos cuerpos. Una armonía que era como una especie de espíritu que sopla sobre el mármol. La palabra canon, entendida como regla de proporciones ideales, es un término que, desde los griegos, llega, hasta nuestros días. En la búsqueda de ese canon, existía, pues, el deseo de un todo, una estructura superior bajo la que lo real se organízase. El artista que esculpía su estatua andaba tras esa perfección que, de alguna manera, parecía estar ya, en contornos todavía confusos, dentro de él mismo.
También la matemática griega estuvo dominada por la idea de perfección. Así, el círculo era la línea más perfecta y su mayor pureza la alcanzaba en las órbitas de las estrellas. La geometría, tan admirada por Platón, constituye un buen ejemplo para su teoría de las ideas.
Efectivamente, los objetos geométricos son ideas —la del triángulo, la circunferencia, la línea— que no dependen de las múltiples «realizaciones» que de ellas encontremos en el mundo sensible:
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Creo que sabes que los que se ocupan de geometría, aritmética y otros estudios similares [...] se sirven de figuras sensibles, pero no pensando en esas figuras concretas sino en aquello a lo que se parecen, discurriendo, por ejemplo, acerca del cuadrado en sí y su diagonal, pero no acerca del que ellos dibujan." República, VI, 510c-e.
Esos dibujos son como un intento de aproximarse a la forma ideal «en su deseo de ver aquellas cosas en sí, que no pueden ser vistas de otra manera sino por medio del pensamiento».
2. La mirada
Con la teoría de las ideas se descubría un motor de gran dinamismo intelectual y no sólo porque iba a ser la fuente de un término y un horizonte de pensamiento tan usual como el idealismo. Pero éste, y otros conceptos parecidos, brotaron de una experiencia inmediata del mundo y de la vida. La idea era una forma de mirar viendo. Efectivamente, la palabra idea tenía una relación etimológica con verbos que significan ver. Idea es, pues, lo que se ve.
Mirar viendo quiere decir sabiendo lo que se mira. Si sabemos que eso que se acerca es un hombre es porque lo miramos como hombre. La realidad concreta que percibimos —una serie de colores y de formas— queda «idealizada», «vista», en esa palabra "hombre" que se alza desde el fondo de la lengua materna. Nos comportamos frente a él de una determinada manera, según sea conocido o desconocido, familiar o extraño. Pero de cualquier modo esa palabra que, como idea, sólo existe en el orden del lenguaje y el pensamiento, nos sirve para organizar lo real y, al mismo tiempo, para reflejar, o sea para reflexionar, para volver a pensar lo real.
Las ideas tienen, además de ese carácter universal, y, tal vez por ello, un rasgo peculiar. Al no estar complicadas en los detalles «concretos» con que se construye lo real, su ser es un ser abstracto y, en consecuencia, resultado de las variadas y múltiples «apariencias» bajo las que el mundo se nos hace presente. Por ello, aunque hemos dicho que idea es verdaderamente lo que se ve, el verse de la idea es una forma especial y sutil de ver. Un ver «interior» del que también tenemos experiencia diaria en nuestro lenguaje propio y en el pensamiento que lo alienta.
3. Palabras e ideas
El abstracto mundo de las ideas tiene, en principio, su «expresión real» en las palabras, y en ellas se refleja y proyecta lo que vemos y sentimos. Y ese reflejo —lo que las palabras significan— maneja el mundo de las cosas y va dejando en la consciencia el fondo de idealidad donde cuaja nuestra manera de ser y entender: nuestra personalidad.
Por eso, cuando Platón comienza en sus primeros diálogos a intuir ese mundo ideal, lo hace despertando las palabras, que, en cierto sentido, reposan dormidas en la mente de sus interlocutores. Y, al verlas, cuando las evocamos, procuramos situarlas en el marco de ciertas definiciones, que sinterizan lo más importante de sus oscilantes contornos. Precisamente por esa variabilidad, Platón descubre la riqueza de significados ocultos en el lenguaje; pero, al mismo tiempo, percibe también la necesidad de que esa diversidad alcance la «forma ideal» que mejor lo expresa, o, al menos, aquello que constituye el núcleo del que irradian todas sus posibles significaciones. Por ello, buena parte de los «diálogos» de Platón tiene que ver con los significados de las palabras.
4. Modelos de lo real
Pero las ideas no son sólo conceptos, más o menos generales, que sirvan para ordenar los diversos sentidos de las palabras, sino que son, además, fundamento y modelo del mundo real.
La experiencia de un mundo en continuo movimiento y cambio, tal como había sido expresado por Heráclito, debió de crear ciertas dificultades a Platón. Lo que fluye apenas puede pensarse. Los sentidos nos entregan del mundo imágenes móviles o imágenes, aparentemente estáticas, pero que también cambian: vemos pasar las nubes, la corriente de un río; pero también vemos la roca inmóvil, el árbol ante nuestros ojos, aunque sabemos que están sujetos a mutación y cambio. Tiene que existir un universo ideal, independiente de las cosas reales, y objeto de otro tipo de mirada distinta de la de nuestros ojos.
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Y de tantos y varios objetos decimos que se ven pero no se piensan, mientras que de esas formas inmutables, las ideas, se piensan pero no se ven en la realidad." República, 507b.
5. Los dos mundos
Hay, pues, dos mundos distintos: uno que cambia continuamente y que percibimos por los sentidos; otro que está libre del cambio. Este otro mundo inmutable sólo lo percibimos con el entendimiento, con «los ojos del alma» (República, 533d). Platón intuía con esta metáfora que todo el desarrollo del conocimiento tenía que fundarse en algo que estuviese libre de las mutaciones que nos mostraba el mundo real. Aristóteles, que, en uno de sus escritos, hizo una especie de revisión de los «primeros que filosofaron», ha expresado con claridad este problema: «Platón, desde su juventud, se había familiarizado con Crátilo, y con las opiniones de los partidarios de Heráclito, según las cuales todas las cosas están en flujo continuo y no es posible, por ello, un saber firme. Por otra parte, como era discípulo de Sócrates, que se ocupaba de problemas morales [...] buscando en ellos lo universal y siendo el primero que puso el pensamiento en las definiciones, Platón pensó que sus definiciones tenían que recaer sobre otros seres que los seres sensibles, porque ¿cómo dar una definición común de los objetos sensibles que mudan continuamente? A estos seres los llamó ideas, afirmando que lo sensible está separado de ellos y de ellos reciben sus nombres» (Metafísica, I, 987a30-987b).
La existencia de un mundo de las ideas distinto del mundo real planteó un problema muy importante que ha ocupado a filósofos y matemáticos hasta nuestros días: la posible independencia y objetividad de las estructuras formales sobre las que se construye una buena parte del saber científico.
6. Ideas y valores
La teoría de las ideas, que se vinculaba así a la concepción pitagórica de los números, como esencia del universo, gana en Platón un nuevo horizonte. Las ideas sostienen todo el fondo de valores éticos, de conceptos estéticos, que se enraízan en la mente y en el lenguaje —bondad, justicia, belleza, amor, etc.— y forman una parte importante de nuestra manera de entender la existencia. Sí hacemos frases como «esta escultura es bella», «este hombre es justo» o «este hombre es bueno», es porque hay en nosotros un fondo «teórico» que nos permite saber qué queremos decir cuando empleamos semejantes expresiones. Tiene que haber algo bello en sí, justo en sí, bueno en sí. Este en sí significa el ideal de esos conceptos; aquello que no depende de las múltiples proposiciones que podamos hacer al utilizarlos. Platón supone que la idea que hace posible tales proposiciones es un modelo del que participan las cosas y que se hace presente en el lenguaje con que lo decimos. Esa participación (
methexis) es una forma subsidiaria e imperfecta de ser.
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A mí me parece que si existe una cosa bella, aparte de lo bello en sí, no es bella por ninguna otra causa sino par el hecho de que participa de eso que es bello [...] Así pues, si alguien me dice que una cosa cualquiera es bella, bien por su brillante color, o por su forma [...] tengo en mí mismo esta simple, sencilla y quizá ingenua convicción de que no la hace bella otra cosa quela presencia o comunidad en la belleza en sí". Fedón, 100 c-d
7. Participar
Este carácter de parte de una totalidad, como la idea, aproxima a los individuos y los enlaza en una tarea de superación. Sentir esa parte de la justicia, de la belleza o bondad que puede haber en nosotros, nos convierte en buscadores de un ideal en sí, que, en cierto sentido, se ejemplifica en la salida del prisionero. Si existe la idea de libertad, el prisionero de la caverna se ha sentido parte de ella, miembro de esa comunidad ideal y ha procurado realizarla. Ha ejercitado, pues, su derecho a participar en esa idea y a hacer suya esa parte que le ha sido asignada.
Las ideas ejercen también, como el eros, el amor, una atracción sobre nosotros. Aunque el eros parece pertenecer a un ámbito subjetivo y ejerce de motor que arranca nuestra actividad e impulsa la salida de nosotros mismos, se engarza también con las ideas que están, en principio, fuera de nosotros. Esa participación establece un vínculo que, en cierto sentido, nos ata a ese mundo inteligible. Una nueva forma de atadura, pero distinta del amarre en la sombra de la cueva.
Esta atadura en la luz muestra que el lado real y verdadero es el lado del conocimiento y el saber. Por eso, el amor que nos mueve a conocer, y las ideas de las que participamos y que son el horizonte de nuestro deseo de conocimiento, acabará llamándose filosofía, o sea, tendencia al conocimiento, pasión por las ideas. [El sentido de esta participación presenta dificultades que Platón expondrá en el Parménides, 130a]
8. La idea del Bien
En el fondo de esta idea apunta la fuente de la que se nutre también la inteligencia. El saber y la ciencia son frutos del Bien. Por eso, la verdad, lo mismo que la belleza o la justicia, son manifestaciones de la idea del Bien. ¿Qué podemos hacer sin el Bien? ¿Adónde llegaría el hombre si, a pesar de tantas contradicciones, no se hubiera descubierto ese horizonte donde alcanzan sentido sus actos? Es verdad que las interpretaciones del Bien pueden enfrentarse muchas veces; pero lo importante es haberlo sabido interpretar como una fuerza creadora de la existencia. Una de las características de esa idea es la de no necesitar presupuestos que la justifiquen. Es, pues,un verdadero en sí, ya que es el fundamento de todo ser, de todo entender. Algo así como la luz del sol. Sin ella no sería posible color alguno, ni diferencia alguna. La luz del Bien preside toda posibilidad de desarrollo en el hombre. Es el fin de todo orden. Un Bien que es opuesto al desorden, a la destrucción y a la muerte.
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Con frecuencia me has escuchado decir que la idea del Bien es el objeto del estudio supremo, a partir de la cual las cosas justas y todas las demás se vuelven útiles y valiosas. Y bien sabes que estoy por hablar de ello y, además, que no lo conocemos suficientemente. Pero también sabes que, si no lo conocemos, por más fue conociéramos todas las demás cosas, sin aquello nada nos sería de valor, así como si poseemos algo sin el Bien. ¿O crees que da ventaja poseer cualquier cosa si no es buena, y comprender todas las demás cosas sin el Bien y sin comprender nada bello y bueno?" República, 505a-b
Al ser, pues, el individuo, en muchos de sus aspectos, partícipe de las ideas, esa participación con la idea del Bien tendrá que ser decisiva para su propio existir. Porque de la misma manera que la luz del sol ilumina el mundo verdadero, la idea del bien es la idea dominadora del hombre y su sentido, o sea su destino. Platón intuyó con esto un mundo teórico que nunca hasta él había sido concebido como fuerza sustentadora del universo y que se convierte así en la fuente de la existencia. Pero si, como decimos, los seres participan de las ideas, parte o reflejo del Bien está en nosotros. Precisamente, por esa participación, tendemos a él. Dicha tendencia se concreta en el concepto de imitación (mimesis). En nuestra vida diaria funciona como una estructura importante e implica, en principio, tres cosas:
1. El reconocimiento de que hay un ser, que se nos aparece superior y estimable.
2. Un impulso que nos lleva a ser como él.
3. La seguridad de que nuestro ser se hace mejor en ese acto de aproximación a ese modelo.
El concepto de imitación, que tendrá su desarrollo en el arte y en la teoría estética, adquiere en Platón ese carácter dinámico y «personal». No se trata ya de imitar objetos cuyo aspecto reproducimos, como hacen los artistas, sino que imitamos en nuestra vida a un modelo que hemos encontrado en ella.
Aunque el concepto de imitación aparece, como tal modelo teórico, en el mundo homérico, sus héroes son modelos humanos, paradigmas, que la fama transmite en los versos de los poemas que los ensalzan. Un mundo «ideal» que, en cierto sentido, presagia y anticipa la teoría platónica de las ideas. Y, de alguna forma, esta imitación se alimenta del horizonte en el que se encuentra la idea del Bien.
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