lunes, 16 de octubre de 2017

El alma y la doctrina de la reminiscencia


Os dejo de nuevo un texto de Emilio Lledó que completa y amplía la información que ya tenéis en el tema sobre el pensamiento de Platón. Esta vez se trata de una exposición sobre el concepto del alma en Platón y sobre su visión del conocer como recordar. Dado que en el examen de la EvAU, en el caso de que una de las opciones fuera Platón, el texto a comentar podría versar sobre la doctrina de la reminiscencia, sería muy conveniente que leyérais con atención la parte del texto de Emilio Lledó dedicada a esta cuestión (punto 2). De nuevo, para cualquier duda de compresión, no dejéis de expresarla en los comentarios o preguntármela en clase.


El alma y el conocimiento

1. Concepto de alma en Platón

La palabra alma (psique) significa, en los poemas homéricos, vida. Vida como principio, como latido, como movimiento. Esta idea de que el cuerpo está recorrido por un soplo que lo alienta se encuentra ya en los primeros testimonios escritos de nuestra cultura. Pero, como hemos visto, estos comienzos de la terminología filosófica tienen lugar siempre en la observación de la naturaleza, del mundo que nos rodea. Por ello, alma tiene que ver con el verbo griego que significa respirar. Ese movimiento que se percibe en nuestros pulmones es, pues, el signo que manifiesta, en el hombre, el proceso de vivir.

Este hecho físico se expresó, al mismo tiempo, no ya en un verbo, sino en un sustantivo, psique, que significaba no sólo el movimiento, sino su principio originador. Platón determinará ya con claridad este cambio e iniciará la descripción de lo que posteriormente habrá de llamarse psicología. El alma es, pues, el principio de la vida del cuerpo y, siguiendo con una cierta concepción dualista, el elemento opuesto a la corporeidad. Pero, a pesar de la etiqueta «idealista» que habría de sobrevenirle y a pesar de la influencia órfica y pitagórica, Platón describe algunos aspectos «empíricos» de ese misterioso principio del ser.

La mirada realista, tan característica de la cultura griega, no podía ser ajena a uno de sus grandes creadores. A partir de la República, Platón expone los principios de una teoría del hombre donde el alma es el centro.

Las tres fuerzas del alma

La experiencia enseña a Platón que ese motor que se mueve a sí mismo está compuesto de tres fuerzas. Es curioso que a esta división tripartita del principio anímico llegase Platón al comparar el régimen político ideal con el individuo que forma parte de ese régimen.

Ese principio motor tiene, pues, tres funciones o partes cuya traducción castellana no es fácil, precisamente, porque, por fortuna, aún no se ha « terminologizado» el lenguaje filosófico y los conceptos en que se expresan tienen la frescura e inmediatez del lenguaje natural.

a) La primera función o parte del alma es la que entiende (logistikón).

b) La segunda es la que quiere, y que expresa lo que llamaríamos, de un modo muy general, voluntad (thymoeides), porque thymos significa también ánimo, esfuerzo, impulso.

c) La tercera parte es la que tiene que ver con tendencias o deseos menos controlados que los anteriores (epithymetikón).

La terminología tradicional ha llamado a estas tres «formas», respectivamente, inteligible, irascible y concupiscible, pero esto supone, en buena parte, una interpretación muy restrictiva y anquilosada de ese principio vital. Platón se enfrenta a ese fenómeno del alma y sus manifestaciones, lejos aún de cualquier teoría de facultades que encasillase tales manifestaciones.

Esas partes del alma son formas de presentarse en ella las distintas posibilidades que el hombre tiene de sentirse en el mundo.

Una de las posibilidades es la que entiende e interpreta el mundo que nos rodea. Y es el lógos (razón, inteligencia, lenguaje) y todo el complejo de elementos que forman nuestra «racionalidad» el que ocupa un lugar superior. El lógos nos mantiene, además, en un universo común de sentidos e interpretaciones que, como vimos, constituyen nuestro patrimonio intelectual; la lengua en la que nacemos.

El lógos es como un espejo en el que vemos y oímos el mundo y a los otros hombres en él. Un espejo que, como pensamiento, se hace líquido y fluye en nuestro interior y nos acompaña en todos los momentos de nuestra vida.

Pero en el alma hay también otras dos formas de manifestarse. Son tendencias que nos impulsan o, a veces, nos arrastran. Ambas son proyecciones hacia lo que nos circunda, hacia el mundo de las cosas y los seres humanos.

Toda esta variedad de niveles en el alma no es sino el reconocimiento de lo que es «realmente» el hombre y sus distintas maneras de percibir e interpretar el mundo. Pero también encontramos en ella esa posibilidad de controlarnos. No somos fuerzas ciegas sometidas sólo a la naturaleza del cuerpo y sus instintos. La « amistad» enlaza estas partes opuestas, a veces, y construye, como en la armonía de los astros, la armonía de la persona.

2. Conocer es recordar

Pero al lado de este análisis del alma, como motor de funciones próximas a la experiencia, se levanta en Platón una doctrina mítica. El alma existía antes de que nosotros existiéramos, se nos dice en el Fedón (95 c), pero precisamente por ello, hemos «conocido» antes aquello que luego llegamos a saber. El texto clásico de esta curiosa teoría lo encontramos en el Fedón (72d ss.), donde un interlocutor de Sócrates le dice:

Si es verdadero lo que tú acostumbras a decirnos a menudo, de que el aprender (mathesis) no es otra cosa que recordar (anámnesis), es necesario que hayamos aprendido, en un tiempo anterior, aquello de lo que ahora nos acordamos. Y eso no sería posible si nuestra alma no hubiera existido en otro lugar antes de llegar a ser en esta forma humana. De modo que también por ahí parece que el alma es algo inmortal. (Fedón, 72e)

El alma, en este texto, no es ya ese motor de la vida con distintas posibilidades de entender y percibir el mundo, sino un recipiente de la memoria; pero de una memoria que nos viene de una vida anterior a aquella de la que ahora somos conscientes. Un texto del Menón intenta demostrarnos tan singular tesis. Efectivamente, en este diálogo tiene lugar una especie de entrevista que Sócrates hace a un criado de Menón para probar que, sin saber geometría, y por medio de hábiles preguntas, se puede llegar a descubrir y entender complicados teoremas:

Y estas opiniones acaban de despertarse ahora en él como en un sueño. Y si se le siguiera preguntando, de distintas maneras, ten la seguridad de que acabaría por tener sobre estos temas un conocimiento tan exacto como cualquier otra persona. (Menón, 85c)

La razón que Sócrates aduce para explicar tan sorprendente resultado se funda en el hecho de la preexistencia. Antes de nuestra vida en el tiempo concreto en el que nos ha tocado existir, hemos tenido otra vida, y en ella hemos adquirido noticia de lo que ahora, al recordar, sabemos.

Estando, pues, toda la naturaleza emparentada y habiendo aprendido el alma todas las cosas, nada impide que quien recuerde una sola —eso que la gente llama aprender— llegue a descubrir todo lo demás, si se es valeroso y no se cansa de investigar. Porque investigar y aprender no es otra cosa que recordar (anámnesis). (Menón, 81d)

Tal vez no estaríamos de acuerdo con Platón en esta teoría de la reminiscencia y la memoria sustentada en la preexistencia, pero hay en ella un esquema teórico que sí podríamos aceptar. Siempre aprendemos desde el lenguaje en el que hemos nacido. Efectivamente, aunque nacemos a un mundo real de cosas entre las que nos movemos, más importante aún que ese mundo de cosas es el mundo de «significaciones» en el que también estamos. Desde nuestro nacimiento nos hablan de las cosas; nos dicen cómo se llaman, nos prohíben o estimulan con palabras; oímos lo que está bien o está mal, lo que es verdadero o falso. Estas y otras «significaciones», que se nos dicen, brotan de la memoria colectiva que se almacena en el lenguaje y se impregna de los matices y contextos de aquellos que nos hablan. Un pensar y entender, desde el presente, el pasado, que como memoria modela nuestra manera de sentir y estar en el mundo, y que, por supuesto, existe antes que nosotros.

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