El problema sobre por qué Platón sitúa por encima de todas las ideas la Idea del Bien es un problema complicado y que excede los objetivos de este curso. No obstante, creo que este documento ayudaros a comprender un poco mejor, al menos desde cierto punto de vista, el sentido desde el cual se puede interpretar en Platón dicha Idea del Bien. Espero que os resulte fácil e inteligible:
Al comienzo del capítulo III del libro VII de la República, Sócrates le desvela a Glaucón las claves interpretativas del símil de la caverna, es decir, cómo debe éste entender cada uno de los símbolos que lo componen. La ascensión del prisionero fuera de la caverna representará la ascensión del alma hasta la región inteligible, donde se encuentran las Ideas. Entre ellas, la última que se alcanzará a percibir es la Idea del Bien, que Sócrates considerará razón de ser de las demás Ideas y fundamento de su inteligibilidad.
¿Qué significado cabe atribuir a tal posición de la Idea del Bien por encima de las demás Ideas en tanto causa de su ser y de su conocimiento? ¿Cómo podemos entender semejante prima-cía de la Idea del Bien?
Para responder a tales preguntas, debemos tener presentes al menos dos aspectos:
- En primer lugar, Sócrates señala que la contemplación de la Idea del bien resulta necesaria para aquél que “quiera proceder sabiamente en su vida privada y pública”.
- Por otra parte, ya en este capítulo se anuncia la exigencia, que será desarrollada en el siguiente, del descenso a la caverna de quien ya ha visto las Ideas, y entre ellas, la Idea del bien.
Estos dos factores muestran que, para Platón, el conocimiento de las Ideas en general y también de la Idea del Bien no tiene un valor por sí mismo. Por el contrario, su conocimiento queda al servicio de un objetivo práctico, a saber, ser capaz de actuar con sabiduría en el mundo visible, que es el único habitable, tanto en lo que se refiere a la vida privada como a su dimensión pública o comunitaria.
El conocimiento de las Ideas en general debe entonces servir para comprender e interpretar mejor el mundo visible, ya que tales Ideas son el fundamento ontológico y epistemológico de lo que vemos con los sentidos. Y si la Idea del Bien, como soberana del mundo inteligible, se encuentra por encima de las demás, es por su intrínseca conexión con la cuestión de la felicidad: la finalidad del conocimiento de la Idea del Bien radica en poder distinguir mejor, en el mundo visible, entre lo bueno y lo malo (pues precisamente el hecho de que hablemos de cosas buenas o malas es lo que puede llevarnos a presuponer que hay algo así como el Bien, en función del cual juzgamos como bueno o malo); y puesto que se considera bueno aquello que nos hace felices, aquello que puede procurarnos la felicidad, quien conoce la Idea del Bien tendrá mayores garantías de lograr esa felicidad buscada. Si se acepta además que la vida humana se desarrolla siempre en sociedad y que la felicidad al margen de ella es difícilmente alcanzable, quien ha visto la Idea del Bien sabrá también mejor qué tipo de organización política puede hacer felices a los hombres en general, esto es, de qué manera debemos organizarnos en comunidad para que queden garantizadas ciertas condiciones sin las cuales la felicidad resultaría impensable.
Así pues, el hecho de que la Idea del Bien gobierne el mundo de las Ideas en general adquiere el siguiente significado: para Platón, el valor del conocimiento depende en última instancia de la cuestión ética; dicho de otra manera: el esfuerzo del conocimiento cobra sentido desde la búsqueda de la felicidad, que sólo puede alcanzarse allí donde podemos diferenciar entre lo bueno y lo malo para el hombre, es decir, allí donde se conoce la Idea del Bien.
Ante esta formulación podemos también preguntarnos: ¿Hay una Idea del Bien? ¿Qué quiere decir eso de conocer la Idea del Bien? Trataremos en este caso de aportar una interpretación a la letra platónica (es decir, algo que explique o nos ayude a comprender la literalidad del texto de Platón):
Si bien las Ideas platónicas lo son de diferentes objetos, cuando se trata de valores éticos (Justicia, Bien, Templanza...) cabe interpretarlas en el sentido de ideales regulativos o modelos a los que tender, modelos tal vez nunca realizables –y que por eso quedarían situados en una esfera distinta a la del mundo visible– pero que cumplen una función de extrema importancia: los modelos actúan de criterio regulador para la acción, tanto individual como colectiva, y sólo cuando disponemos de tales modelos o ideales tenemos una instancia desde donde valorar o juzgar la realidad efectiva, las situaciones de hecho. Así, por ejemplo, la Declaración de los Derechos Humanos es un ideal o modelo que establece qué derechos debe tener garantizados todo individuo simplemente por ser humano. Y aunque tal vez nunca llegue a darse la situación real en que cada país los respete, es desde ese modelo desde donde cabe reivindicar su cumplimiento y criticar o denunciar aquellas situaciones reales en las que no son tenidos en cuenta. El mundo inteligible tendría, por tanto, una función rectora y reguladora del mundo visible.
Por otra parte, aplicando esta hipótesis hermenéutica al caso del individuo, cabría decir que la función de la educación estribaría en proporcionar modelos: quien ha sido educado posee modelos o ideas regulativas con las que regir su vida, con las que conducir su vida hacia la felicidad.
Otra cuestión que también cabe someter a interpretación es la de la función que se asigna en la República al filósofo como futuro gobernante de la polis. Por boca de Sócrates, Platón dice que el filósofo, aquél que ha sido educado para el conocimiento de las Ideas, debe asumir el gobierno de la polis. Y ello precisamente porque, al haber conocido gracias a su educación la Idea del Bien, podrá saber mejor que nadie donde reside el Bien de la polis y gobernar en consonancia con ello.
Aquí podemos pensar que, a través de la función atribuida al filósofo, Platón estaría reivindicando la necesidad de que toda forma de gobierno se encuentre regida por principios éticos (Idea del Bien), esto es, la exigencia de que la ética represente el principio máximo en lo relativo a la organización política si pretendemos que tal organización política contribuya a la felicidad colectiva. Así, el filósofo en cuanto gobernante personificaría precisamente esa función rectora de los valores éticos en lo que concierne a la organización política.
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